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2 mar 2011

NORMANDÍA Y LA BRETAÑA (18) PONT AVEN

Martes 24 agosto 2010

  
 Salimos de Locronan a media mañana con un buen sabor de boca, nos recuerda en algunos aspectos a Pedraza en Segovia, solo les falta el cordero lechal al horno de leña y el color de la piedra dorada de la coqueta ciudad segoviana.



 Nos dirigimos nuevamente hacia el sur. Vamos acortando distancias inexorablemente y aunque esa sensación nunca es agradable puesto que significa que se acaban las vacaciones , no importa mucho si lo vivido hasta el momento ha sido tan agradable como nos está siendo en este viaje. Llevamos acumulados en estos quince días un buen montón de entrañables experiencias, agradables sensaciones y una inestimable complicidad con la “milonguera” que se está portando de maravilla y a la que cada día la queremos más.


Tenemos en el rutómetro la localidad de Pont Aven, y su relación con los pos impresionistas franceses del s XIX, fácil de llegar y no muy lejos, pero al ser un pueblecito pequeño y muy afamado, la contrapartida es el tráfico. Además nada mas atravesar el centro nos percatamos que es día de “mercadillo” y que lo han instalado en la ría junto al mar en el centro neurálgico. Imposible aparcar, ni siquiera detenerse. Pues nada, la técnica aprendida que consiste en salir un poco del centro. Circulando por la que se supone es la carretera de salida aparcamos sin problemas en la rue de Kerlaoven, N 47º 51.383’ W 03º 44.406’, y como de costumbre volvemos sobre nuestros pasos a seguir practicando el turismo de alpargata.


  Lo primero que nos llama la atención pero que no nos sorprende es la enorme cantidad de galerías de arte “atelier” que inundan la ciudad, a derecha e izquierda de la avenida principal. El tirón comercial lo saben potenciar al máximo aunque no creo que les haya sido ajena la crisis como a casi nadie. Existe el museo de Paul Gauguin, pero para desánimo de Flor estaba cerrado sin saber a ciencia cierta el motivo.

Unos originales servicios públicos
La obra de Gauguin se caracteriza por el uso marcado de colores puros y una temática simbolista. Sus obras se caracterizan por el uso libre del color - pueden pintar la hierba roja si así lo sienten-, que se aplica en grandes manchas y con tintas planas. Utilizan el cloisonismo. El resultado es una obra altamente decorativa. En esta forma de pintar ha influido mucho el conocimiento del arte primitivo y las estampas japonesas. Existe una voluntad de sintetizar las formas. Son una síntesis entre el estilo impresionista y el simbolista por lo que pueden ser considerados simbolistas, por su espíritu.


Escuela de Pont-Aven  es un término que se refiere a obras de arte que toman su nombre de Pont-Aven y sus alrededores, de la que toman su iconografía. Pont-Aven es un pueblo en la costa meridional del departamento deFinistère, algunos kilómetros tierra adentro: hasta allí llega la marea y el río Aven se encuentra con el Océano Atlántico.
Originalmente, el término se centraba en obras de la colonia de artistas que allí vivía y creaba desde los años 1850. Desde mediados del siglo XIX Pont-Aven era frecuentado por pintores que deseaban pasar el verano fuera de la capital, con un presupuesto limitado, en lugares pintorescos, y aún no maleados por el turismo. Desde 1873 los alumnos de la Escuela de Bellas Artes de París frecuentaron la villa de Pont-Aven. Unas décadas más tarde acudió a Pont-Aven un grupo de pintores que se reunió alrededor del artista Paul Gauguin. En 1886 llegó Gauguín a Pont-Aven por vez primera. Cuando regresó en 1888 la situación había cambiado: había ya mucha gente en Pont Aven, así que Gauguin buscó otro lugar donde trabajar y lo encontró, en 1889 en Le Pouldu, algunos kilómetros hacia el Este, en las bocas del río Laïta, tradicionalmente la frontera con el departamento do Morbihan. Allí pasaron el invierno de 1889-1890 y la mayor parte de los meses siguientes, Gauguin, Meijer de Haan, Filiger, y durante un tiempo Sérusier. Este grupo de pintores seguidores de Gauguin estaban dispuestos a seguir sus enseñanzas al margen de la Academia. Participan en la exposición del Café Volpini en 1889. Ese mismo año, Gauguín marchó a Tahití y el grupo se dispersó.


  Llegamos al centro que no es más que el cruce de caminos de entrada y salida sobre el puente del río Aven. Este río desemboca en una ría hasta donde llegan las aguas del mar, que se encuentra varios kilómetros mas adelante, apreciándose claramente el efecto de las mareas mezclándose el agua dulce con la salada.


 Desde el puente, es decir el centro del pueblo, y a lo largo de ésta ría es donde han situado el mercadillo y hoy con un sol casi Mediterráneo tiene un aspecto festivo y hace que se muestren los franceses todo lo bulliciosos y animados de lo que son capaces.


  El ambiente de pintores se palpa constantemente. Los hay ejercitando su arte al aire libre por cualquier rincón, al tiempo que por todas partes te recuerdan con grandes cartelones que éste puente es el que pintó Gauguin y éste molino de agua, y este conjunto de casas junto al río, constantes recuerdos del paso por esta villa de aquel  pintor vanguardista en su tiempo.


 El ambiente general a pesar de la muchedumbre es tranquilo y agradable y nos invitó a pasear entre los puestos del mercadillo curioseando y palpando aquel amable ambiente local.


  Por curiosidad,ha sido en este pequeño rincón de Bretaña,donde hemos podido ver por primera y también por ultima vez una típica casa Normanda, debe ser la única porque mira que hemos pasado pueblos y no hemos visto mas que esta.  Es una cafetería o restaurante, hasta es posible que sea moderna,especialmente construida para guiris.


  Encontramos un puesto que vendían objetos de cuero y piel que si bien te los puedes encontrar en tantos y tantos mercadillos , aquí tenía un sabor especial, no sabemos si por el ambiente del lugar o porque éramos nosotros los que nos sentíamos de esa manera. Vimos un cuaderno de piel,  Flor se encaprichó de él para sus apuntes “de campo”. Un bonito recuerdo de Pont Aven y de La Bretaña francesa.


  Así de contentos nos dirigimos a la auto cuando nos “atacó” de lleno el olor de un puesto de pollos fritos para llevar. Mmmm, con el hambre que ya teníamos y las pocas ganas de liarnos a preparar comida. Pues nada, que mejor momento para probar como son los pollos fritos franceses. Nos llevamos un Poulen blanc por 8 € y dimos buena cuenta de él confortablemente en nuestro salón de casa. No se si será por la globalización pero aquel pollo sabía igual que todos los pollos de por aquí. No creo que sean de China ¿verdad? ¿o sí?. Cualquiera sabe.


Después de comer nos fuimos a buscar espacios despejados y nada mejor que la península de Quiberón.


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